En Paraguay como en el resto de América
Latina aproximadamente la mitad de la población está destinada a vivir en
condiciones de pobreza. Siendo estos niveles tan altos y prácticamente
imposibles de ser reducidos a corto plazo, se produce una situación en la cual
todos los habitantes de nuestra región necesariamente deben ser pobres o
toparse con la pobreza a diario. Dado que es difícil “anestesiarse” al dolor
ajeno y siendo que nadie tampoco quiere aceptar esta situación como algo
natural o normal, se crean en nuestro medio algunos estereotipos sobre los pobres y la pobreza, cuyo objetivo
principal, consciente o inconsciente, es desvincular la responsabilidad propia
y atribuirla a los mismos pobres. Algunos de estos estereotipos que se repiten
con mayor frecuencia son los siguientes.
“Esta gente no trabaja
porque no quiere”. La manera más simple de verificar y probar la
veracidad de esta afirmación consistiría en conseguir un trabajo fijo a cada
indigente o pobre desocupado. Si aun así no trabajasen, se podría estar de
acuerdo con ella. Sin embargo, dado que esto es imposible y que siempre
existirán personas desempleadas que quieran trabajar y no encuentran una
ocupación, el mencionado estereotipo carece de fundamento alguno. Obviamente se
trata a que estas personas obtengan trabajos formales y no que se ocupen de
limpiar vidrios, lustrar zapatos o dedicarse a las ventas callejeras de
productos falsificados. Pero hay algo más: en un supuesto caso, en el cual
habría un puesto de trabajo para todos, muchas de estas personas igual no
estarían capacitadas para encontrar un empleo, no sabrían dónde acudir, no
conocerían la existencia de alguna oficina pública de desempleo, no tendrían
idea sobre cómo y con qué requisitos presentarse, etc.
“Los pobres no progresan
porque abandonan lo suyo y se abandonan a sí mismos”. Se especifica esta opinión argumentando, por
ejemplo así: “los pobres dejan gotear su techo mientras toman tranquilamente el
tereré”. En parte es cierto que en muchos casos, las viviendas de los pobres
muestran rasgos de abandono, pero nadie se pregunta sobre la motivación que
tendrían estas personas para arreglar sus casas o cuidar de sus cosas, ya que,
según su percepción propia, la vida no les ofrece perspectivas para alguna mejora
sustancial. Si por ejemplo, al propietario de una vivienda precaria se le cae la
puerta, no ve ninguna urgencia en arreglarla, primero porque el eventual
arreglo no mejoraría significativamente la calidad de la vivienda en sí y en
segundo lugar, una puerta caída a medias, desde una determinada óptica, cumple
perfectamente con su cometido al igual que la que está ajustada perfectamente.
Convengamos que semejante pensamiento sería difícilmente imaginable para
alguien que alberga en su mansión vehículos lujosos, cajas fuertes con joyas,
chequeras u obras de arte de incalculable valor.
“Muchos pobres prefieren
comprarse un televisor o un equipo de sonido, por más que les falta para comer”. Esta es una
expresión frecuente de la tercera clase de estereotipos. En primer lugar,
parece que los que formulan esta acusación se olvidan que las personas pobres
también son... ¡personas! Están sujetas a los mismos mecanismos sociales que
ocurren en cualquier otro estrato social, como por ejemplo, el deseo de un
status social más elevado, la competencia, la necesidad de informarse y de
divertirse. Una TV, un aparato de música y su consumo ostensible funcionan como
un símbolo de un determinado estatus social en todos los estratos sociales, no
solamente entre los pobres. Pero en segundo lugar, considerando que estos
aparatos sirven a veces para evadirse, aunque sea momentáneamente del
sufrimiento y la miseria cotidianos, ¿por qué esto tendría que ser objetable?
“La
gente de barrios bajos es de mal vivir”. “Las prostitutas, los
ladrones y los borrachos abundan en estos lugares”, sentencian a menudo muchos
“buenos” ciudadanos. Probablemente sea cierto que el mayor porcentaje de
mujeres pobres se prostituya en comparación con las de otras clases sociales, pero
también es cierto que la mayoría de ellas lo hace por necesidad y, como en los
otros casos de violencia, la borrachera y los hurtos, a menudo se confunden las
causas con las consecuencias. Claro que los “moralistas” dirían que en ningún
caso, la indigencia justifica la delincuencia, o sea creen que cada ser humano
está dotado de un sentido de “justicia”, que hace que prefieran sufrir el
hambre o hasta la muerte, antes de robarse alguna comida. Pero hay que aclarar
que este tipo de acción de sacrificar su salud y hasta la vida por no cometer
un acto delictivo de hurto, no sería simplemente una cuestión ética: se
trataría de algo admirable, extraordinario, excepcional o hasta heroico. Pero
precisamente por tratarse del heroísmo, no se puede esperar ni menos exigir que
todo el mundo sea heroico.
Así que si alguien no quiere ayudarles, mejor que diga “no me importan”, “es su problema”, "que se preocupe el Estado" etc., esto, aunque inhumano será más sincero que acudir
a esos estereotipos y aparentar buena persona, siendo en el fondo un hipócrita.
Concuerdo con su opinion, asi es como en la sociedad vivimos separados, diferenciados, la no colaboracion es un opuesto a la compasion, muchas gracias!
ResponderEliminarConcuerdo con su opinion, asi es como en la sociedad vivimos separados, diferenciados, la no colaboracion es un opuesto a la compasion, muchas gracias!
ResponderEliminar